Rickie Lee Jones habló hace unos días con el diario El País sobre sus tres décadas de carrera y su nuevo álbum, Balm in Gilead. También mencionó su antigua relación con Tom Waits:La cantautora ha estado unida varios años al fotógrafo y escritor Lee Cantelon, autor en 1997 de The words. El libro ofrece una aproximación laica a las palabras de Cristo y sirvió de inspiración para The sermon on Exposition Boulevard, la obra previa de Jones. Sin embargo, en la historia siempre ha quedado el noviazgo de ésta con Tom Waits: dos talentos torrenciales, vagabundos nocturnos, enamorados en Los Ángeles en el crepúsculo de los setenta. Ella, tocada con su boina francesa; él, con su pork pie hat. Juntos, paradigma de lo cool.
El romance coincidió con el éxito sensacional de su primer largo en 1979, Rickie Lee Jones (Waits ya había publicado tres, más inadvertidos), y se truncó ese mismo año. Su final marcó parte del espléndido segundo trabajo de Rickie Lee Jones, Pirates (1981). Y la llevó a declinar la oferta de Francis Ford Coppola para participar junto a Waits en su filme Corazonada. "Tiene gracia, porque artísticamente no me arrepiento en absoluto. Ni me gustaba el guión ni me gusta la película. Pero sé que en lo personal, si la hubiera hecho, mi vida habría sido muy diferente", reflexiona con una risotada. Y prosigue: "Rechazar el trabajo y negarme a verle aquel mes de diciembre propiciaron que Tom conociera a su mujer (la escritora Kathleen Brennan). Fue en el propio rodaje, ella trabajaba para Coppola. Desde hace tiempo, siempre me planteo por qué a mí me preguntan por él y no al revés. En el inicio de mi carrera yo hablaba mucho de mi novio. Luego, con los años, Tom y su mujer dejaron claro que no se les podía preguntar por mí. Y cuando él se hizo mucho más famoso que yo, empezó a controlarlo todo muy bien: decide quién hablará con ellos y qué van a decir. Es una magnífica manera de ser, pero no es como yo soy. Aunque imagino que para ella no resultaría nada agradable escuchar durante años la misma pregunta...".
Asediando las colinas
Diego A. Manrique
Treinta años y varios grammies después, cuesta imaginarlo: en 1979, cuando publicó su primer elepé, Rickie Lee Jones encarnaba un impulso jacobino. Ella y su novio, Tom Waits, eran radicales: querían echar atrás el calendario. Funcionaban como si el rock and roll nunca hubiera existido, como si el hipster de los años cuarenta y cincuenta fuera la alternativa ideal al American way of life. Parecían más cómodos en la California mítica de Raymond Chandler que en el feo mundo real, donde un ex actor apuntaba hacia la Casa Blanca.
Ella y Tom planteaban una enmienda a la totalidad del endiosado establishment musical californiano, la constelación de los Eagles, Jackson Browne, Joni Mitchell, Linda Ronstadt, Fleetwood Mac y demás artistas que obedecían las estrategias empresariales de David Geffen, Elliott Roberts e Irving Arzoff. Inconscientemente, los rebeldes de principios de los setenta habían generado una industria dominada por grandes corporaciones. Con la gira de Crosby Stills Nash & Young en 1974, se comprobó que el rock angelino podía ser una inagotable máquina de hacer dinero. Entre nubes de cocaína, aquella aristocracia musical estaba divorciada de la realidad circundante. Sus impulsos eran incestuosos: hasta se creó su propio club, The Roxy (como alternativa al Troubadour, donde actuaban Rickie y Tom). Todos eran artistas de Warner, Elektra o Asylum. Tom y Rickie grababan para el mismo conglomerado pero estaban separados espiritual y geográficamente. Las superestrellas vivían en Laurel Canyon y Topanga Canyon, en mansiones en las colinas, mientras la pareja temible estaba abajo, en los bulevares urbanos. Waits y Jones se alimentaban de la vida callejera, del magma humano que pululaba por el hotel Tropicana y otros antros. Rickie se definía por oposición a Joni Mitchell: la canadiense podía experimentar con el jazz (una deriva que culminó en 1979 con Mingus) pero aquello podía parecer un capricho de millonaria, mientras ya se sabe que Rickie aseguraba estar "en el lado jazz de la vida".
Según Tom: "Ella era mucho más mayor que yo en términos de sabiduría callejera". De hecho, Rickie terminó por aterrar a Waits: lo suyo era una pose de beat mientras que ella lo vivía a fondo. Podían coincidir en el romanticismo de la ebriedad pero Tom, demasiado precavido, se negó a seguirla por el lado salvaje de las drogas duras, las situaciones sexualmente equívocas y demás riesgos nocturnos.
Persiste la confusión respecto a la cronología, los motivos de la separación de la pareja. Sabemos que Tom Waits encontró su camino durante el rodaje de Corazonada, donde conoció a la que sería su esposa, Kathleen Brennan. Ella arregló sus asuntos profesionales, impuso disciplina en lo que anteriormente era una existencia disipada y, finalmente, proporcionó la estabilidad emocional necesaria para que Waits creara su personaje definitivo: el experimentador sonoro, el hombre lobo de Pomona, el excéntrico francotirador. La carrera de Rickie ha sido una montaña rusa, prueba y error, conflicto y redención. Paradójicamente, un recorrido muy similar al de su antigua enemiga, Joni Mitchell.